Libros // 'Siete palabras', una novela intimista de Suso de Toro
18,50 euros. Siete palabras. Suso de Toro. 392 páginas. Alianza Editorial. Colección Alianza. Marzo 2010
'Siete palabras', una novela intimista de Suso de Toro
El escritor gallego se convierte en un 'detective salvaje' en busca de sus orígenes zamoranos
Suso de Toro es un narrador excepcional. Desde hace más de veinte años viene entregando a los lectores una literatura en lengua gallega construida con materiales múltiples que conjugan la intriga, la ternura y una cierta dosis de inclemente fatalidad. Desde el sorprendente y deconstruido Tic-tac – 1993, con personajes inverosímiles que no se adivina hacia dónde te llevarán hasta que el conjunto va tomando sentido (“Soy conductor. Driving my car, driving my car”, reitera sin descanso uno de sus personajes)--, pasando por el inquietante La sombra cazadora –1994, una crítica a la sociedad tecnológica donde somos abducidos por un mundo virtual que nos domina--, hasta el implacable No vuelvas –2002, donde es el pasado el que vuelve con sus humillaciones y su violencia, retenido en el espacio rural--, o incluso el gótico Trece campanadas, una especie de sueño infernal compostelano con el que feliz e inesperadamente ganó el Premio Nacional de Narrativa en 2003, el mismo año en que encabezó las protestas contra la catástrofe del Prestige.
Y ahora aparece Siete Palabras. Una novela intimista, que parte de la realidad de una búsqueda familiar, la del abuelo paterno, de donde viene el apellido “de Toro”. Y que se abandona a la ficción de una investigación literaria, la persecución del pasado ignorado tras las huellas de un fantasma del que es necesario encontrar la confirmación de que fue una víctima más de un destino cruel. Y debo decir que, pese al apellido, resultaba difícil imaginar que un autor como Suso de Toro, uno de los baluartes, junto a Manuel Rivas, del extraordinario resurgimiento de la literatura en gallego, tenía raíces zamoranas. Pero aquí están, en esta seductora novela, que atrapa en su traducción en castellano publicada por Alianza Editorial. Y es que Suso de Toro no sólo se abandona en ella a la búsqueda del origen del familiar próximo y lejano, siempre invocado en las conversaciones familiares, del abuelo que se fue a América para nunca más volver y dejó abandonada a su suerte a la abuela, sino que Suso de toro se deja llevar también por la atracción de una tierra plena de frío, sol y tierra. La tierra de sus antepasados; de su desconocido ancestro Faustino, del que ni siquiera había reparado en el nombre, y la tierra también de la adusta abuela Valentina, a la que no gustaban los niños.
De este modo Suso de Toro nos sumerge, como un “detective salvaje” bolañesco, en una novela de intriga, en una aventura que a la manera de una “road movie” recorre Zamora desde la capital a Pereruela, de Bermillo y Formariz a Fermoselle, de allí a La Habana y Madrid (la Zamora transterrada de los emigrantes), y finalmente, como no podía dejar de ser, llegar a Toro. “Todo comenzó en Toro”. Resultan conmovedoras, la delicadeza y la ternura con que el autor trata el espacio y a sus gentes. Las gentes de los pueblos, viejos amigos y conocidos de su padre y sus abuelos, que únicamente falta que le digan “Claro, tú eres Jesús, el de Antonio”. Los propios pueblos: “Pereruela, tienes el nombre del pueblo asociado a las cazuelas de barro: no se pega el arroz al fondo del cacharro”; “Los de Sayago sois modorros (…) Nos llaman modorros porque tiene que ser lo que digamos nosotros”. Y ese mimo, alejado de todo intelectualismo, se advierte desde el comienzo en el tratamiento que se da a figuras zamoranas o sayaguesas, como Claudio Rodríguez o el malogrado joven poeta Justo Alejo, cuyos ecos traspasaron fronteras hasta el despacho de un editor barcelonés, donde de Toro cuenta que le mencionaron su nombre. Y la emotiva y precisa referencia al escritor y antropólogo peruano José María Arguedas, que fue a recoger información sobre las comunidades campesinas sayaguesas a mediados de los años 60 para la realización de su tesis doctoral y entró en conflicto con las autoridades locales.
Suso de Toro crea épica e intriga de una tierra casi perdida.
Una épica muy lejos del tópico de la resignación castellana (o leonesa, para que nadie se ofenda, aunque dada también la circunstancia de mis ancestros zamoranos pueda opinar sobre cuestión que me toca), donde los personajes salen del estereotipo y se rebelan, viajan y se muestran como inadaptados (Miguel, el hermano de su padre, al parecer comunista y también desaparecido en Brasil, donde no hizo las Américas sino que descendió a lo más bajo) o personajes que no se conforman con una vida a la deriva de la historia. Personajes que se salen del cerco del territorio para buscar suerte fuera del terruño.
“Siempre la claridad viene del cielo; es un don”, repite en un poema de Claudio Rodríguez. Pero veces no, a veces la claridad viene de nuestra indagación. En esta historia de intriga --donde incluso un personaje deja mensajes anónimos al protagonista dando cuenta, de un modo muy timorato, de la necesidad de paz de los muertos--, Suso de Toro actúa como decía Walter Benjamin se debía operar con la memoria, “al modo de un hombre que excava” entre las ruinas: “¿Estás tú en esa historia? ¿Qué lugar ocupas en ella? El que tiene que cavar”. Y así, como el hombre que “cava” con la pluma, como decía en un famoso poema el Nobel Seamus Heaney, Suso de Toro recorre el territorio en busca de la redención de su abuelo, de la serenidad de saber que su desaparición fue debida al mal hado del destino. Todo resumido en siete palabras, como en nuestra cultura cristiana se resume alegóricamente la redención. También Zamora existe y Suso de Toro la ha sacado del mapa y la ha puesto en librerías. Un acto de redención.