De tantas veces que se ha repetido la muletilla “no se puede juzgar a un libro por su cubierta”, se ha terminado por devaluar el valor de las portadas. El mimo de un buen diseño o un título informativo, original y, a su vez, escueto son muchas veces buenos elementos descriptivos para una publicación. Por ejemplo, imagine un sofá de cuero granate (desgastado y pasado de moda) situado de espaldas a un mar inmenso, pero apaciguado, que está cubierto por un cielo gris y encapotado del que intentan escaparse tímidamente algunos rayos de sol. Encima de esta foto, de manera sobria, unas letras blancas sobre un fondo color vino trazan el título de la publicación: La sonrisa del náufrago. Y, presidiendo desde lo alto la composición, un nombre sin grandilocuencia, José Ignacio García. La cosa pinta bien.

De entre todos los elementos que conforman la puerta de entrada de esta recopilación de 13 cuentos editada por Castilla Ediciones, el título es el que posee una mayor carga literaria. Para un escritor, poner nombre a una de sus obras puede ser lo más fácil del proceso creativo, o lo más difícil. Con todo, si no se le ocurre nada puede seguir la fácil y manida corriente de bautizar al retoño con el nombre de su protagonista (Drácula, El Principito, Los hermanos Karamazov...). Ahora bien, para poder titular así una obra se requiere un personaje que esté más vivo que el propio autor. En el caso de que este supuesto no ocurra, la imaginación se debe poner al servicio de la concreción. Por ejemplo, La conjura de los necios de J. K. Toole es un nombre que hace justicia a una de las grandes novelas del siglo XX; en cambio, La isla del tesoro no es, a decir verdad, ningún ejercicio de genialidad. A todo esto, cabe preguntarse si el título La sonrisa del náufrago es una buena elección para la publicación. La respuesta es sí.

De entrada, los trece relatos están repletos de “náufragos” de sofá, televisión y cerveza. Personas que tratan de escapar de sus islas incomunicadas confiando estúpidamente en que alguien recoja un mensaje dentro de una botella. Pese a tener diferentes nombres y ser protagonistas claramente diferenciados, a lo largo de todo el libro parece que siempre te encuentras ante el mismo personaje perdido y fracasado que no quiere y no puede escapar de su isla. Todos los individuos que se describen en las tramas tienen rasgos en común y diferencias; no obstante, de entre ellos el más verosímil es el último en aparecer, un perfil que es complejo hasta en su nombre, Pepe.

En segundo lugar, en lo que se refiere a la inclusión del término “sonrisa” en el título hay que decir que es incuestionable, y es que, cada vez que concluye un relato las comisuras de la boca se elevan irremediablemente. El desenlace en cada uno de los cuentos, alguno con más acierto que otro, siempre busca sorprender al lector con cosas consabidas en el texto. El juego entre el escritor y la audiencia es agradable y, cuando surge la magia de la ficción, el sabor queda en el paladar de la mente durante un tiempo muy placentero.

Es cierto que hay relatos, como “Monólogo malinterpretado” o “Teresa interesa”, que pecan de simplismo en comparación con el resto. No obstante, textos como “La coleccionista de esquelas” (la trama se basa en una anciana que se dedica a compilar esquelas mortuorias) o “La sonrisa del náufrago” (el relato más redondo de la publicación); el fantástico prólogo del Premio Cervantes José Jiménez Lozano; y, por supuesto, la precisa paradoja del título, hacen que este libro sea una isla desierta muy acogedora para perderse durante unas horas.