Existen una serie de profesiones que son conflictivas en su esencia. Por ejemplo, periodistas e historiadores llevan inscrito en su genoma el espíritu de la controversia. Estos trabajadores deben ser veraces, objetivos y, además, agradar al lector, porque sino lloverán sobre ellos duros insultos. Son comunicadores de la verdad, pero jamás consiguen transcribir los acontecimientos a gusto de todos, por lo que junto al bolígrafo y al cuaderno suele ser conveniente que lleven un paraguas contra los improperios y los chascarrillos.

En cambio, los escritores lo tienen más fácil. Cuando un lector toma una novela, en el caso de que no le agrade, la devuelve al estante y dice “A mí no me ha gustado”. Un juicio de valor muy diferente al que suele ocurrir en una situación paralela que tenga como protagonista una pieza periodística, en vez de una novela; en este supuesto el resumen que hará el lector es: “No tiene ni ... idea”. Esta diferencia comparativa posee su lógica, y es que el escritor cuenta su verdad mientras que el periodista y el historiador tratan de narrar una verdad universal (ahora bien, ¿existe ésta?). Un caso paradigmático se produce entonces con la novela histórica, ¿cuál de las dos caras de la moneda es la buena? ¿Cómo se deben juzgar estos textos? ¿Historia o novela? Generalmente, la inclinación que tome la balanza depende de la intencionalidad del escritor. En el libro La reina comunera, su autor José García Abad ejecuta una cuidadosa labor de documentalista; sin embargo, tampoco abandona la literatura.

La base histórica de la novela es ineludible. La trama se contextualiza en una época de vital importancia para el desarrollo de Castilla. El texto comienza en las primeras semanas de septiembre de 1520 cuando los comuneros tomaron Tordesillas. Durante la historia, se suceden las conversaciones entre Juana I (la loca) y los detractores del nuevo régimen impuesto por Carlos I. Y, finalmente, concluye el argumento con la expulsión de los revolucionarios de la villa donde residía la reina.

La relevancia de estos acontecimientos no es baladí. Durante el último siglo, los historiadores han sido altavoces de los valores de su sociedad y han interpretado esta revuelta de muchas maneras. José García Abad expone en el prólogo de la novela que “la guerra de las Comunidades fue, con todas sus contradicciones y vacilaciones, la primera revolución moderna”. Esta valoración es cuestionable, refutable o admirable (aquí subyace la complejidad de hacer historia, al igual que en el periodismo). Ahora bien, los juicios sobre el marco literario de la novela no están sometidos a tanta controversia y dependen exclusivamente de los gustos del lector.

Este nuevo texto publicado por La esfera de los libros sigue la estela de su anterior novela, Sobra un rey. Tanto es así que para la trama de esta historia se recuperan los dos protagonistas principales, Jaime de Garcillán y Alonso de Torrelaguna, que ejercen de cronistas en primera persona de las intrigas y tejemanejes que hicieron los comuneros para ganarse el apoyo de Juana I, a costa de su hijo Carlos. La teatralización de esta época se salpimienta con cuidadas descripciones y personajes reales que ya son historia, pero que recuperan su voz gracias a la ficción. No se puede olvidar, tampoco, la elección de un lenguaje lleno de palabras, expresiones y fórmulas del castellano antiguo que ayuda a retrotraerse a épocas pasadas.

La reina comunera no es un ejercicio de innovación literaria, ni una novela llena de creatividad en la que sorprenda algún personaje de una profundidad apabullante, ni una trama llena de simbolismos donde los mensajes ocultos evoquen mil lecturas diferentes. El nuevo libro de José García Abad es una recreación cuidada y meticulosamente documentada que acerca al lector a una etapa fundamental de la historia castellana de manera divertida y entretenida a través de una fácil lectura. Poco más se le puede pedir.