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Música // Orquesta Sinfónica de Castilla y León, veinte años ya
Valladolid. . Avda. Monasterio Ntra. Sra. de Prado. Autobuses 8, C1 y C2. Información y taquillas:
20 horas
euros.
Venta de entradas: En las taquillas del Auditorio, en el Centro de Recursos Turísticos de Valladolid (Acera de Recoletos), por Internet y a través del teléfono
Orquesta Sinfónica de Castilla y León, veinte años ya
Las hermanas Katiay Marielle Labèque abren la temporada oficial de la OSCyL
Con los conciertos de abono de los días 5 y 6 de octubre comienza la temporada 2011-2012 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (O.S.C. y L.). Lo hace con el recordatorio de que cumple veinte años como formación sinfónica. Un tiempo breve, si se compara con la antigüedad de las grandes formaciones españolas como la ONE (1940) o la de RTVE (1965). Una orquesta muy joven, si miramos hacia Europa donde encontramos grandes formaciones como la Gewandhaus de Leipzig, que se llama así desde 1781, pero cuya fundación data de comienzos del siglo XVII, la Orquesta Filarmónica de Viena (1842), la Sinfónica de Berlín (1882) la Concertgebouw de Amsterdam (1888). Sin embargo, su juventud poco tiene que ver con la inmadurez propia de la juventud. La O.S.C.y L. se ha convertido en veinte años en una de las orquestas más prestigiosas de España y en una orquesta reconocida tanto en Centroeuropa como en Estados Unidos y en el resto del continente americano.
El programa de la temporada 2011-2012 es amplio y ambicioso. Incluye veintiún conciertos de abono, con una programación que se distingue, en una primera mirada, por la variedad, puesto que combina el repertorio sinfonista clásico con el sinfonismo postromántico y contemporáneo, y se completa con guiños a la música española. Para interpretar tantas obras actuarán con la orquesta grandes intérpretes, unos consagrados y otros con una carrera ascendente como, por ejemplo, las hermanas Labèque, Asier Polo, Viktoria Mullova, Joaquín Achúcarro, Nicolas Angelich o Simon Trpceski. Todos los conciertos, excepto uno, el décimo octavo, dirigido por Vasily Petrenko, contarán con la presencia de solistas.
A lo largo de la temporada la orquesta nos ofrecerá composiciones de más de treinta compositores y, en cuanto a los instrumentos solistas, sobresale la presencia repetida del piano, el violín y el violoncello y, a una distancia mayor, la voz humana, la flauta, la viola y las ondas Martenot.
El aficionado que se acerque al programa se percatará enseguida de la presencia abundante de música contemporánea, de músicos como Henri Dutilleux, Philip Glass, Witold Lutoslawski, Krzysztof Penderecki, Marc-André Dalbarie, François Borne, Henryk Górecki, Paul Dukas, Edgar Varèse, Francis Poulenc u Olivier Messiaen, ente otros. La presencia de los compositores españoles se centra en Manuel de Falla, Isaac Albéniz y en Isabel Urrutia como compositora contemporánea, una presencia claramente escasa, si se la compara con la programación de música creada por compositores franceses. Seguramente algo tendrá que ver en esto los gustos del director titular de la orquesta.
A la hora de destacar alguna otra constante, se percibe la programación reiterada de Beethoven y Brahms, a quienes se dedican dos y tres conciertos monográficos, respectivamente, en una especie de tour de forcé, que a buen seguro hará disfrutar a los aficionados. Será interesante percibir y valorar la respuesta de los aficionados a la presencia de tanta música contemporánea.
Si hubiera que adelantarse en el tiempo y seleccionar algún programa, elegiría el programa décimo noveno y el vigésimo primero, la Sinfonía Turangalila de Olivier Messiaen y la novena sinfonía de Beethoven. Son dos sinfonías que distan ciento veinticinco años tomando como referencia sus respectivos estrenos y que están alejadas en cuanto a su estilo compositivo, pero que tienen algunos elementos en común, que las sitúan cerca a la par que distantes: dos sinfonías de grandes proporciones, con presencia de la voz humana la novena del genio de Bonn y del piano y de las ondas Martenot la sinfonía de Olivier Messiaen; dos paisajes que rompieron con los marcos convencionales de su tiempo, del siglo XVIII, en el caso de Beethoven, y de la tradición sinfonista que llega hasta el siglo XX, en el caso de Messiaen. En todo caso, ambas obras son consideradas como un canto a la vida, y responden a una especie de marco programático o de idea conductora que arrastra y seduce a quien las escucha desde el comienzo hasta el final, con cuya llegada cada una de ellas adquiere su sentido pleno, su culminación programática, compositiva y estética. Situados en el auditorio, ambas obras son un reto para la orquesta, que exigirán a cada uno de sus miembros, desde el director a cada uno de los profesores, la máxima técnica, concentración y entrega. Dos retos considerables que estoy seguro de que harán disfrutar a los aficionados.