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La Jerusalén de Castilla

La muralla de Ávila contempla silenciosa, como el resto de penitentes y visitantes, el paso de las procesiones y de conjuntos escultóricos.

Ávila ha sido comparada muchas veces con la ciudad de Jerusalén. Las semejanzas están en la elevación de Ávila sobre el montecillo que la hace emerger sobre el valle Amblés; en la muralla que la cerca con la vigía permanente de sus noventa torres; en la preeminencia de sus iglesias y sus monasterios, que la pregonan ciudad sacra; en sus calles ascendentes y quebradas; en el halo religioso de su historia y de sus gentes. No es fácil olvidar a Jerusalén, cuando desde el poniente, con luz de atardecer, contemplamos la ciudad castellana.

Por eso, es Ávila buen marco para celebrar los misterios religiosos en el dramatismo de la Semana Santa, con su exigencia de austeridad y silencio. El ámbito de los templos románicos y góticos abulenses, las fachadas pétreas de las casas señoriales y las celosías de sus conventos hacen de Ávila lugar preferente para adentrarse en la contemplación renovadora de hechos lejanos y de actualidad perenne.

La Semana Santa de Ávila es puramente castellana, aunque en los últimos años, algunos pasos se lleven con costal, al más estilo andaluz. Su empedrado, a menudo mojado o incluso nevado, es pisado por los pies descalzos de cientos de nazarenos. Sus callejuelas, palacios señoriales y por su puesto su muralla se han convertido en el mejor escenario para ver desfilar bellos conjuntos escultóricos.

Hay momentos para no perderse como la procesión del Encuentro, el Cristo de las Batallas, que acompañó a los Reyes Católicos en sus contiendas, la procesión de los pasos y, sobre todo, el vía crucis penitencial en la madrugada del Viernes Santo que recorre todo el perímetro de la muralla y congrega a miles de fieles que desafían el frío. Un Semana Santa apasionada y silenciosa. Un buen lugar para no perderse.