Música // La Oscyl y el esbozo musical del siglo XX
La Oscyl y el esbozo musical del siglo XX
La Orquesta Sinfónica de Castilla y León interpreta a Dutilleux y Shostakóvich junto al solista Asier Polo
Los días 13 y 14 de octubre, la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (O.S.C. y L.) ha colocado a los aficionados ante la duda de cómo asistir al concierto y salir indemnes. La presencia en el programa de dos obras cercanas en el tiempo pero muy alejadas entre sí en su concepción compositiva no puede dejar indiferente a nadie. Los autores de ambas obras nos invitan a una inmersión en lo más hondo de los sentimientos.
Dutilleux se dejó seducir por un Beaudelaireque naufragó cuando se reencontró con la cabellera llena de rizos de su amada y el amor lo transportó a unos mares tan lejanos como permite la imaginación: al confín del mundo, adonde es casi imposible llegar. El amor platónico como confín imposible, pero deseable, el más deseable, el ideal, donde el perfume, el sonido y el color danzan incansablemente: el puerto bullicioso donde sumergir la cabeza anhelante de embriaguez. Un amor como un veneno que, lentamente, muy lentamente –éste es el tempo del segundo movimiento- mata. Pero el enamorado sólo se siente muerto cuando es atravesado por la mirada del desamor. Es entonces cuando los sueños aparecen de golpe, y agolpados, para quitarse la sed en esos abismos amargos. El violonchelo, el enamorado, susurra y gime y agota su voz trepando hasta lo más alto y lanza sus gemidos con la esperanza de que se haga presente su deseo, y vuelve a sentir y expresar que su mano sembrará de rubíes, perlas y zafiros el rizoso mar de la cabellera de la amada, en un supuesto diálogo donde su amada, por boca de la orquesta, se aleja de él. Solamente es posible el milagro para no morir para siempre. Por eso, el poeta, y Dutilleux de su mano, suspiran porque las trenzas de su amada sea la ola que lo arrebate, porque contienen un deslumbrante mar de ébano, el sueño en el que los dos corazones deslumbrarán fundidos como una sola antorcha, mientras el sonido del violonchelo se torna misterioso, entrecortado por largos silencios que obligan a retornar a los sueños y sonidos del comienzo. Lo sugiere esa voz que anima a sujetarse a los sueños, lejos de la racionalidad del dedo de los sabios, mientras el violonchelo se abre en canal y desparrama cuanto encierra de misterioso y posible, llevando al límite del riesgo a quien se atreve a acariciarlo con el arco.
Nadie naufragó entre los sueños. El director, Pablo González, ya sugirió dirigiendo la obra de Dutilleux sin batuta que asistíamos a un diálogo de voces distintas pero complementarias, a las que había que indicar y orientar en el camino, donde ellas debían expresarse con firmeza y rigor, pero con pasión y sentimiento profundo. El solista, Asier Polo, triunfó porque no sólo utilizó sus mejores cualidades técnicas con el violonchelo, un Francesco Rugieri de un sonido maravilloso, sino porque, además, se identificó hondamente con una partitura difícil, pero enormemente rica y expresiva. El triunfo fue claro, a pesar de ser música atonal y a pesar de las dificultades que esta música presenta al aficionado. Solista, director y orquesta hicieron que una partitura compleja fuera objeto de disfrute para el público. Todo un logro.
Desde hace varias temporadas la O.S.C y L. programa con asiduidad música de Dmitri Shostakóvich, el mayor sinfonista del siglo XX. La presencia de la música de este compositor en el auditorio atrae al público, que disfruta con unas partituras muy sugerentes, escritas por un músico que vivió y sufrió los avatares del comunismo ruso desde sus comienzos hasta cerca de un final del sistema que no llegó a conocer.
Es imposible escuchar la sinfonía “Leningrado” de Shostakóvich, deleitarse con su música y no imaginar el padecimiento de sus más de tres millones de habitantes y, en particular, de Dmitri Shostakóvich, que vivía en ella. No es posible dejar de ver cómo el ejército alemán se acerca a la ciudad y la sitia durante novecientos días; cómo, en primer lugar, el general Wilhelm Ritter von Leeb y después el general Georg von Küchler dirigen el asedio y el asalto a la misma. Desde el primer movimiento del proceso nos encontramos con la violencia y sus consecuencias más horrorosas, porque los peores bombardeos fueron, más que las balas, el frío y el hambre. ¿Cómo contemplar ese panorama y sufrirlo sin dejar constancia del mismo? Shostakóvich nos lo dejó plasmado en esta sinfonía que, al margen de si es o no música programática, expresa de una manera palmaria los sentimientos del autor, que describe con la música lo que ve y se refugia en ella elevándose o abstrayéndose de la realidad a través del lirismo; un lirismo salvador construido entre las nubes y el polvo, como refugio interior, que constantemente rompe la realidad, despertándolo con el ruido legionario y la desolación.
Es tan intensa e impactante la partitura de esta sinfonía que casi pasan desapercibidas algunas indecisiones o la pérdida de la batuta por parte del director, el día 14, durante el segundo movimiento, suceso que queda simplemente en la pura anécdota porque careció de consecuencias. Sobrecoge tanto su escucha que se produce en el espectador un goce estético que queda superado por las sensaciones de miedo y de terror que transmite la música. Hasta la victoria final pone el bello de punto, ¡porque es la victoria del ejército nazi! Estremece ver cómo al final el autor reproduce los mismos pasos legionarios que anuncian la victoria de la barbarie. En medio, mientras se desgranan los compases de esta sinfonía, las preguntas se agolpan y ahogan a la razón y la conciencia, y surge del recuerdo la polémica entre Thomas Hobbes y Jean-Jacques Rousseau acerca de la bondad o maldad originaria del ser humano, y uno prefiere acariciar como libro de cabecera La paz perpetua de Inmanuel Kant y el pensamiento y las actitudes de Mahatma Gandhi.